Al menos, puso la mano izquierda en medio de los dos, como quien arroja un cabo al mar, y allí la dejó inmóvil, a pesar de que el escay le producía escalofríos. Nadia comprendió y, sin hacer movimientos bruscos, se desplazó al centro, le cogió el brazo por la muñeca, se lo pasó por la nuca, descansó la cabeza en el pecho de él y cerró los ojos.
La soledad de los números primos. Paolo Giordano
Se siente como cuando uno abraza para bailar el tango!
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