Aunque imberbe aún, el chico imitaba las maneras de los adultos. No sólo iba sin cuidado al lavadero y escuchaba los diálogos de las mozas, sino que a veces ellas le decían picardías y crudezas, y él respondía bravamente. El lugar a donde iban a lavar las mozas se llamaba la plaza del agua, y era, efectivamente, una gran plaza ocupada en sus dos terceras partes por un estanque bastante profundo. En las tardes calientes del verano algunos mozos iban a nadar allí completamente en cueros. Las lavanderas parecían escadalizarse, pero sólo de labios afuera. Sus gritos, sus risas y las frases que cambiaban con los mozos mientras en la alta torre crotoraban las cigüeñas, revelaban una alegría primitiva.
Réquiem por un campesino español. Ramón J. Sender
Maravilloso libro que he leído muchas veces. Es un escritor de mi tierra al que admiro mucho por diversos motivos.
ResponderEliminarPrecioso fragmento y preciosa pintura.
Un abrazo, indigo.
Pues coincidimos, Laura, porque hace tiempo que en casa hicimos un "club de ramones" imprescindibles y éste es uno de ellos; este libro es buenísimo y está lleno de pasajes que merece la pena recordar.
ResponderEliminarUn beso