Me acuerdo de una vez que fuimos a visitar un pariente lejano que tenía un hijo de mi edad (unos ocho o por ahí) que llevaba toda la vida coleccionando peniques. Era uno de esos salones atestados de muebles hasta arriba, y por encima, en cada centímetro libre, había grandes tarros llenos de peniques. Hasta en el suelo, hasta por el pasillo, alineados contra las paredes, había grandes tarros llenos de peniques. Era una visión realmente asombrosa. Todo un botín para un niño de mi edad. La envidia me corroía. (Espero no estar exagerando, no, no creo que esté exagerando.) De verdad, era algo casi sagrado: como un santuario. Me acuerdo de que su madre se jactaba de que el niño (con ocho años) lo estaba ahorrando para pagarse la universidad.
I remember. Joe Brainard
3 comentarios:
Cuando niño yo sentí lo mismo.
Mi boca se abrió como luna llena ante tal visión.
I remember too.
Es un pecado que un niño ahorre para la universidad.
Debe gastarlo en juguetes.
Y junto a los peniques guardaba una enseñanza que le resultaría útil perseverar. Buen finde
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