Júbilo, por el contrario, era capaz de apropiarse del mundo tan sólo con la mirada. Podía disfrutar del olor de las gardenias sin importar que fueran del jardín del vecino o de la maceta de su casa. Sabía hacer suyas las penas y las desgracias ajenas. Sabía compartir los sueños de sus amigos y celebrar como propios los triunfos de los demás. Tal vez en eso radicaba su éxito como telegrafista. Al enviar un mensaje, lo hacía con todo el alma, como si actuara a título personal.
Tan veloz como el deseo. Laura Esquivel
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