La idea que ella tenía de una diversión a lo grande consistía en tomar un tren con destino a Chicago, llevar puesto un gran sombrero y pasear por la avenida Madison contemplando los escaparates como una dama elegante. Así la conocí y así me enamoró al instante. Después, también yo me quedé prendido en los mismos escaparates, buscando el sombrero perfecto para ella. Allí me detenía todos los días. Muy a lo lejos, me parecía escuchar el pitido de un tren. Y a veces, era cierto, la veía acercarse caminando con elegancia y adivinaba en sus ojos el deseo.
−Ven, quiero regalarte un sombrero que he buscado para ti –le decía, nada más acercarse, sin separar mis ojos de los suyos.
−Luego, ahora regálame tu día.
−Ven, quiero regalarte un sombrero que he buscado para ti –le decía, nada más acercarse, sin separar mis ojos de los suyos.
−Luego, ahora regálame tu día.
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