También me he dicho que Kakuro debía de ser de esta manera cuando era niño y me he preguntado si entonces alguien lo miró como yo miraba ahora a Yoko, con gusto y curiosidad, esperando ver a la mariposa salir de su crisálida, ignorante de cuáles serían los dibujos de sus alas, pero confiando en que serían buenos, fueran cuales fueran.
La elegancia del erizo. Muriel Barbery
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