lunes, 15 de agosto de 2011

El capote

Hay algo bueno en esa oficina-burbuja de la que os hablé hace unos días, y es que tres o cuatro números más arriba está la biblioteca municipal, modesta pero acogedora. Siempre que puedo procuro aliviarme del rapto financiero bañándome en libros y silencio hasta que vuelvo en mí. Ojeo alguna revista de arte o de historia o de libros. Casi siempre me traigo a casa algo de poesía. Pero esta vez paseé mis ojos por el novelerío y un libro precioso saltó hacia mí: amor a primera vista.

Por extraño que os parezca, supe de Nikólai Gógol solo un par de días antes. El prólogo de El doble (Dostoievski, 1846) me rebeló la existencia de este autor que tanto ha influido en la literatura posterior. "Todos venimos de El capote de Gógol", así llegó a decir Dostoievski, y yo sin saberlo.

El Capote, escrito entre los años 1839 y 1841, y publicado en 1842, nos presenta a uno de los más conmovedores personajes de la literatura: Akaki Akákievich, un funcionario de la escala más baja de la administración civil, cuya pasión es transcribir textos, que se ve ultrajado por las injusticias sociales y la indiferencia egoísta de los fuertes y ricos, y cuyo destino es el de ser un hombre insignifacante. Su fragilidad es conmovedora y su desvalimiento despiertan rabia y ternura a partes iguales.

El capote que me ha cautivado es una edición preciosísima en hueso y naranja de Editorial Nórdica (2008), bellamente ilustrado por Noemí Villamuza, que además ha hecho una sentida dedicatoria acorde con el libro: "A mi madre, mi mejor abrigo"; esta frase por sí sola ya es una lujo.

Es un libro semilla, de los que yo clasifico como joyas: pocas páginas, historia redonda, prosa ligera y precisa, rica en matices y en sentimientos, apto para todas las edades. Un imprescindible recién descubierto, un regalo que me ha traído agosto y del que me encanta daros noticia.

La gaviota acaricia lo
que no sabe volar. Así los pobres
con decisión del alma cuelan
estrellas en su cuarto, brillan más
que las constelaciones y la noche
se aposenta en su soñar bajito.
Tal vez. Mundar. Juan Gelman

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