Bandini era albañil y para él no había sobre la faz de la tierra una profesión más sagrada. Se podía ser rey, se podía ser conquistador, pero, al margen de lo que se fuese, había que tener una casa; y si se tenía dos dedos de frente, la casa sería de ladrillo; y, como es lógico, construida por un afiliado al sindicado que cobraría el salario mínimo estipulado por el sindicato. Aquello era lo importante.
Espera a la primavera, Bandini.
John Fante
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