Al detenerse, contempló sus ojos, penetrante la mirada, vivos a pesar de los signos del tiempo, con un fondo, más que de dulzura, de honda bondad, también de melancolía, pero no de tristeza. Y azulísimos. Le recordaron las luces últimas de la tarde despidiéndose en las superficies de las piscinas.
El Corazón de la Tierra. Juan Cobos Wilkins
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