Solimán estuvo a punto en ese mismo instante de llamar al verdugo para que pusiera fin a la farsa, pero sus ojos volvieron a encontrarse con los del extranjero y sus convicciones volvieron a resquebrajarse. Se dio cuenta de que aquel extranjero poseía un extraño poder, y que bastaba con que te mirara fijamente a los ojos para que tuvieras que confiar en él.
La princesa manca. Gustavo Martín Garzo. 1995
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