Amo las palabras y eso significa que amo los diccionarios. Benjamín Prado también, pero como es poeta, sabe decirlo poéticamente:
Qué hermoso debe ser un diccionario en el que las palabras no sean contraseñas, ni llaves, ni victorias, ni redes, ni aduanas, sino sólo ellas mismas: huracán, cicatriz, selva, música, amante, silencio, rompeolas. (El poeta. Benjamín Prado)
Modernas y seductoras, álbum collage. Inma Díaz @unalunitagranate
Hay diccionarios de todo tipo, pero sin duda, igual que estoy unida por el cordón umbilical a mi lengua materna, también en mi caminar por el mundo he ido compilando mi propio diccionario, o mejor decir, mis diccionarios, porque no me conformé con uno sólo… Mi primer diccionario, mi diccionario cepa, así lo llamo, está repleto de palabras de siempre, palabras que escuché en la voz propia de mis padres, de mis abuelos, de mis vecinos, de mis maestras y compañeras de mi primera escuela… son las palabras de las nanas, de los cuentos, de los chascarrillos, de los juegos en la calle… palabras pegadas a la piel y a la tierra: palabras fragantes, sabrosas, luminosas, rebosantes de recuerdos. Mi primer diccionario, mi diccionario cepa, es de pueblo, de pueblo pequeño, rústico y natural y contiene preciosidades como palangana, tinaja, alcuza, lebrillo, romana, alpargata, pañeta, alforza, vardasca, garrote, perrillero, serón, cantarera, arropía…
Algunas de estas palabras estarán ya próximas a descender, o habrán caído ya, al “Diccionario de palabras olvidadas o de uso poco frecuente” (Elvira Muñoz). Si como dice Wittgenstein, “el significado de una palabra es su uso”, es patente que casi todas las palabras citadas en el párrafo anterior no son usables hoy por hoy. Lástima, porque también el mismo filósofo nos dice que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Así que, por no darme el susto de comprobar cuánta pequeñez me invade, no he comprobado si los vocablos enumerados visten ya marchamo de obsoletos. He faltado a mi eterna recomendación de mirar siempre en el diccionario: por esta vez no he querido acudir al diccionario del olvido que duerme en mi biblioteca.
Amo las palabras y eso significa que amo las bibliotecas. La biblioteca es uno de los mejores lugares para sentirse audaz. Y si nunca lo pensaron así, ahí tenemos el ejemplo de Rafael de Cózar, poeta sevillano que, cual paladín sin miedo, murió extintor en mano queriendo salvar de las llamas su riquísima y querida biblioteca de más de nueve mil volúmenes. No consiguió salvar los libros, pero tampoco se separó de ellos. La vida tiene ocurrencias desproporcionadas y desconcertantes. Con su muerte en 2014 perdí a uno de mis favoritos; suyo es uno de los pocos poemas que me sé de memoria, que recito de vez en cuando, a veces en silencio, a veces gritando, en ocasiones susurrando...
algún pequeño hueco en tu ternura,
ocúpalo conmigo.
Prometo estar en él,
callado y quieto como una sombra.
(Si alguna vez te sobra. Rafael de Cózar)
Amo las palabras y eso significa que amo el silencio: aunque palabra y silencio son términos opuestos, ninguno de los dos puede existir
sin la presencia del otro.
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