A las seis y cuarto el molino detuvo de nuevo su zumbido de abejorro y los trilladores volvieron en tropel a las mesas. Había más pastelitos para el té, y pan con mantequilla y bollitos y panecillos de la tienda de ultramarinos, y mermelada de ruibarbo y de mora, y almíbar para los que lo prefirieran, pues a algunos les gustaba comer porquerías de lata.
(Lewis Grassic Gibbon. Canción del ocaso)
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