Una vez cocida la pasta, la escurrí y la puse a calentar en la cacerola con el salmón ahumado cortado en dados, el zumo de un limón, aceite de oliva, una cucharada de mostaza, otra de nata, gruyer rallado y un diente de ajo aplastado que había dorado en la sartén. Lo salpimenté todo y lo serví adornado con algunas hojas de eneldo fresco que había encontrado en la cesta de verduras del refrigerador.
(Franz-Olivier Giesbert. La cocinera de Himmler)
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