La lectura. Collage manual. Inma Díaz @unalunitagranate
Somos efímeros y ahí se concentra nuestra fragilidad. O nuestra valentía.
En sus meditaciones, Marco Aurelio nos aconsejaba: “Conforma siempre tus acciones, palabras y pensamientos a la idea de que puedes salir a cada instante de la vida”. ¿Demasiado serio? No, qué va, pongámoslo en lenguaje llano: sé feliz porque esa es la auténtica ocupación respetable. Para siempre, para ahora, para cada instante. Y la felicidad se encuentra en la buena vida, la única vida que puede sostener nuestro propio aprecio, la que nos hace observar, no solo el exterior, sino también el interior de las cosas; ésa es la vida que crece con nosotros.
La llaneza es una cualidad que encontramos en las personas verdaderamente grandes. Hablamos, naturalmente, de la dignidad de espíritu, aquella que se conquista con una buena y sabia vida que se comparte, que se escribe, que se cuenta, que se lee, una vida para contarla, como la de Marco Aurelio. Aunque son casi dos mil los años que separan sus experiencias de las nuestras, sus reflexiones, pacientemente volcadas en un diario íntimo, nos llegan oportunas todavía. Otro grande, José Saramago, Premio Nobel de Literatura, conquistó en 1998 la cima de las letras. Su poca o nula soberbia no le permitió ofrecernos sus memorias, le parecería petulancia o vanidad, probablemente. Pero, campechano y afable, sí nos obsequió con “Las pequeñas memorias”, los recuerdos de su niñez y adolescencia, seguramente para incitarnos a mirar en nuestro interior y atender y entender a la pequeña criatura que vive con nosotros. Y el niño Saramago nos cuenta que “Empezar a leer fue para mí como entrar en un bosque por primera vez y encontrarme de pronto con todos los árboles, todas las flores, todos los pájaros...”
Y se hizo la luz, el gran descubrimiento: aprender a leer.
Todos los lectores contumaces sufren del contagio de la lectura, que no es otro que el deseo de escribir. Así lo sienten y lo viven escritores consagrados, y también noveles, como recientemente hemos tenido la fortuna de comprobar en nuestro entorno más próximo.
Descubierta nuestra mente narrativa, solo nos queda leerla, escribirla, alimentarla con palabras, habladas primero, escritas después. Hablar y escribir son dos actividades muy diferentes, puede que separadas en el cerebro humano por cientos de miles de años, hasta que la invención del lenguaje y el prodigio de la escritura pudieron acercarse y convivir. Y, para nuestro deleite, juntas permanecen estas dos nobles herramientas, creando otras voces, otros ámbitos, otras vidas.
Hay otras vidas, pero hay que escribirlas.
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