
Village. Brian Cronin
Dijo Canetti que la tarea moral del poeta es la de ser el perro de su tiempo, no encerrarse en su propia pureza, sino ir a olfatear por todos los rincones y por sórdidos que éstos fueran.
Más allá del lenguaje. Claudio Magris
Como muchos habréis reconocido, así comienza Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Reflexiono sobre el acto de nombrar, de dar un nombre a algo o a alguien, que casi con toda seguridad será su nombre para siempre. Los libros hay que titularlos, nombrarlos para poder distinguirlos de todos los demás, para poder hablar de ellos, para buscarlos o, incluso a veces, para aborrecerlos. Poner un título a una historia, qué difícil, todo su contenido en un título.
Hay títulos que atraen cual imanes; es el caso de, siguiendo con García Márquez, La increíble y triste historia de la cándida Erénderira y su abuela desalmada, o también, Ojos de perro azul.
Otros títulos rebelan desde las primeras líneas su compenetración con el libro, como ocurre con El viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda. En cambio, el que leo ahora solo en las últimas páginas se comprende el porqué de su nombre, La sed, de Georges Simenon, lectura muy interesante y de factura muy distinta a la que nos tiene acostumbrados su autor.