Miles Hyman
Edgar apoyó los labios en la piel de la joven, fresca y húmeda de sudor. Se permitió el placer de aspirar el perfume de su cabello, de saborear la dulce sal de su cuello. Ella movió lentamente las manos y entrelazó sus dedos con los de él.
(Daniel Mason. El afinador de pianos)
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