He vuelto a mi barrio que está reluciente, más limpio que el resto de la ciudad. Allí todavía las mujeres, como mi madre, con sus bambos y sus achaques, barren y baldean sus puertas, sus aceras, sus medias calles. Al caer la tarde se sientan a la fresca y se perfuman en el aroma de jazmín y dama de noche que desde los balcones y azoteas, baja la brisa. Todas tienen sus dolores, del cuerpo y del alma, pero siguen comandando sus traqueteadas naves, sin darse importancia, como si fuera fácil: Capitanas hasta el fín.
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