Conociendo que necesitaría hacerse a su tiempo y a su espacio, he sido comprensiva y respetuosa hasta hoy, que le he hablado muy seriamente. Y algo acre. Lleva casi un mes en casa y se está dejando morir. Cada día se desprende de una o muchas hojas. Las siento caer cuando más tranquila estoy, con un ruidito tenue, delicado, casi musical. Es como si toda ella suspirara. Me quedo tensa, aguardando la caída de ese trocito de piel. La interrogo mudamente: ¿por qué tanto desprendimiento, tanto desapego?
¡Qué fracaso de invernadero! Te crearon, te nutrieron, te embellecieron para el mundo, pero no sabes vivir en él; al menos no en éste que es el mío.
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