− Tranquilo. Te puedes volar un dedo con el cuchillo −aconsejó mi viejo mientras abríamos las almejas dominicales.
Las devoraba una tras otra sin dejar de comentar lo ricas y frescas que estaban. Las almejas se retorcían al recibir las gotas de limón.
− Es de dolor −indicó mi madre, enemiga de los mariscos crudos.
− Qué va. Si les gusta. Mira cómo bailan −porfiaba yo.
Las devoraba una tras otra sin dejar de comentar lo ricas y frescas que estaban. Las almejas se retorcían al recibir las gotas de limón.
− Es de dolor −indicó mi madre, enemiga de los mariscos crudos.
− Qué va. Si les gusta. Mira cómo bailan −porfiaba yo.
Una casa en Santiago. Luis Sepúlveda
1 comentario:
Por eso soy incapaz de comer almejas dominicales o de cualquier otro día de la semana. Para mi es fundamental que la comida no se mueva (y que no tenga ojos también).
Publicar un comentario