Ebrios de amor se grabaron sobre la
piel el nombre que juraron amar eternamente. Pero el amor resultó menos duradero
que el tatuaje.
Ahora Rubén adorna su antebrazo
izquierdo con una metralleta.
Y Alejandra ha repintado su vientre con
una cenefa de inocentes mariposas.
Quedó claro: no eran tal para cual.