Transitando nuevas sendas lo abrazó por la cintura como si fuera un tesoro. Él se quedó inmóvil, como esculpido en yeso. No respiraba. La amante inclinada levantó la mirada y se encontró con un mohín de gozo absoluto. El instinto guió sus besos por la más osada de las veredas hasta que él se desplomó en la cama, boca arriba.