Y Will miró fijamente a padre con cara de compasión e hizo como si fuera a decirle algo, pero no pudo, pues siempre se habían odiado tanto que ahora se avergonzarían si hablasen como amigos.
La señora le miró con una expresión socarrona y Edu sintió que le ardían las mejillas. Enseguida, un nudo en la garganta que le impedía tragar. No entendía por qué le hablaba así, como si quisiera aprovechar aquella visita para avergonzarle, y buscó sus ojos con un gesto de desesperación en el que sin embargo ella no reparó.
Papá dejó de afeitarse. No se peinaba cuando salía de la cama. Tenía las mejillas infladas, anticipo de la hinchazón venidera. En su boca se oían truenos lejanos, y el aliento le salía húmedo y le olía a pasta de dientes olvidada.
(Tiffany McDaniel. El verano que lo derritió todo)
Llegados a la edad de incontinencia no hay urinarios, no hay lugares donde se alivien las vejigas. Manchado el pantalón, o la pollera, los vergonzosos y las vergonzantes huyen hacia el rincón y las esquinas.
A las seis y cuarto el molino detuvo de nuevo su zumbido de abejorro y los trilladores volvieron en tropel a las mesas. Había más pastelitos para el té, y pan con mantequilla y bollitos y panecillos de la tienda de ultramarinos, y mermelada de ruibarbo y de mora, y almíbar para los que lo prefirieran, pues a algunos les gustaba comer porquerías de lata.
Desde la puerta de "La Crónica" Santiago mira la avenida Tacna sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris.
La noche se mantenía agarrada a los tejados de la ciudad, las farolas de la calle todavía estaban encendidas, pero la primera y sutil aguada de la mañana ya comienza a teñir de transparencias la atmósfera allá en lo alto.
tú, que eres libre, lleva noticias mías a mi esposa, de quien los dioses irritados me han separado. Ve a la ciudad de Alaka, donde viven los yakshas; es una ciudad cuyos palacios son blancos bajo la luna resplandeciente. Las mujeres que encuentres en tu camino, nube, levantarán hacia ti las cabezas adornadas de hermosas trenzas y te verán recorriendo el camino del viento. De pronto, soplará una suave brisa que hará susurrar las ramas de los árboles. Mira: los pájaros te rinden homenaje, nube magnífica; te consideran la reina de los aires. Cuando llegues a Avanti, párate sobre esa ciudad parecida a un pedazo de cielo en la tierra; allí soplan brisas perfumadas llenas del canto de los pájaros que alegran los sentidos y vuelven a las mujeres lánguidas como si estuvieran enamoradas. En esta ciudad verás bazares espléndidos atestados de joyas: diamantes enormes circundados de perlas, esmeraldas del color del mar, y miles de pedazos de coral que han dejado al océano vacío de piedras preciosas.
Una vez cocida la pasta, la escurrí y la puse a calentar en la cacerola con el salmón ahumado cortado en dados, el zumo de un limón, aceite de oliva, una cucharada de mostaza, otra de nata, gruyer rallado y un diente de ajo aplastado que había dorado en la sartén. Lo salpimenté todo y lo serví adornado con algunas hojas de eneldo fresco que había encontrado en la cesta de verduras del refrigerador.
Me encandiló su manera de tomarme, con delicadeza y prudencia. Artista del preámbulo, acariciaba bien y no intentaba nada sin preguntar. Había en él un cierto tacto de Gabriel que nunca volví a encontrar en nadie. Por culpa de Paul Chassagnon me sentí después tan atraída por los homosexuales, con la esperanza de encontrar en ellos todo el placer que me había dado.