Lydia leía de una forma muy distinta: no poesía, sino novelas que devoraba una tras otra, obras clásicas y contemporáneas mezcladas con otras de suspense; abría un nuevo libro en cuanto acababa las últimas palabras del anterior. Leía con concentración profunda y luego cerraba los libros casi sin mediar palabra o con un comentario conciso y rotundo: "aburrido" o "excelente".
(Tessa Hadley. Lo que queda de luz)
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