domingo, 5 de octubre de 2025

NO ACEPTAMOS PULPO COMO ANIMAL DE COMPAÑÍA

Postales desde el filo.1 Inma Díaz. Collage manual @unalunitagranate

La falta de malicia se llama ingenuidad. De una persona candorosa y sin doblez, decimos que es ingenua. Casi nunca se ofrece esta característica como un halago, sino más bien como una falta de inteligencia o de madurez. Pensamos que solo los niños, o los muy jóvenes, pueden ser ingenuos, porque asociamos este rasgo con la inexperiencia y la juventud.

Las palabras, como las personas, también tienen edad. Por ejemplo, una palabra con solera es “verdad”, derivada del latín, con más de tres mil años de uso y cuyo significado es “conformidad entre lo que se piensa o se dice y la realidad”. Para Don Antonio Machado, la verdad no podía ser ni moneda de cambio, ni particular: “¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”. Otra palabra, tan vieja como la anterior, y en cierto modo compañera, es la palabra “mentira”, que puede definirse simple y negativamente como “cosa que no es verdad”. También de ella se ocupó Don Antonio en sus Proverbios y cantares: “¿Dijiste media verdad? Dirán que mientes dos veces si dices la otra mitad”.

Verdad y mentira, dos palabras robustas, sólidas, contundentes, plenamente adultas.

Fijémonos ahora en un vocablo muy joven, como es la palabra “posverdad”. Nacida en los noventa, alcanza el ápice de su fama en 2016, cuando es elegida palabra del año por el Diccionario Oxford. En 2017 es incluida en el Diccionario de la Real Academia Española para indicar la “distorsión deliberada de una realidad en la que priman más las emociones y las creencias personales que los hechos objetivos”. Se trata de algo diferente a la verdad y a la mentira, ni una cosa ni otra. Se la ha llamado mentira emotiva o verdad a la carta. En el mundo de la posverdad interesa la verdad artificial, lo aparentemente verdadero. Más que el hecho real en sí, importa cómo se siente, cómo se narra lo acontecido, cómo la verdad a secas se transforma en la verdad emocional. La realidad se ofrece dando un rodeo, con disimulo. La posverdad es el paraíso de circunloquios y eufemismos. El universo posverdad nos trae a la memoria aquella cuarteta de Ramón de Campoamor, según la cual “En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.

La posverdad crea y alimenta una sociedad blanda y pusilánime y coloca a sus ciudadanos en un estado límbico dócil y manipulable. La sensiblería arrincona la sensibilidad. Las alusiones anulan el debate. La ñoñería posterga la deliberación. Lo objetivo pierde protagonismo, lo subjetivo prevalece. La posverdad se disfraza de verdad para convertirnos en consumidores de oropel. Y así, todos juntitos pero solos, aborregados y distraídos en las urgencias de la cotidianidad, pero voluntariamente, nos vamos encaminando al callejón sin salida de una banal existencia de supermercado.

Cuesta analizar las muchas señales que recibimos diariamente. Pero hay que hacerlo, aunque ello traiga disonancias a nuestra cómoda zona de confort. Porque tenemos que distinguir los mensajes que sirven de los que no, los lemas que ayudan de los que entorpecen. “Atrévete a pensar” decía Kant. Es decir, no abdiques de tu mayoría de edad mental, no caigas en la ingenuidad de creer que otros pensarán por ti mejor que tú mismo.

Y no, no aceptamos pulpo como animal de compañía.

(INMA. 2023. VIÑAS LITERARIAS N. 3)

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