Nok Lek bajó de los caballos varios cestos llenos de hojas de banano rellenas, que colocó a unos metros del precipicio, donde estaba seco. se sentaron a almorzar mientras escuchaban el río. La comida no se parecía a los fuertes currys que Edgar había tomado en las tierras bajas. Cada envoltura contenía algo diferente: trozos de pollo salteados; calabaza frita; una pata picante que olía a pescado pero que tenía un sabor dulce mezclado con el arroz, que también sabía distinto; pegajosas bolas de granos casi transparentes.
(Daniel Mason. El afinador de pianos)
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